Las mujeres en América Latina cargan con una historia intergeneracional de lucha y conquista: las Baby Boomers exigieron voz, las Millennials consolidaron la independencia y las Gen Z alzan su voz por justicia desde lo íntimo hasta lo público. Hoy, además de ese legado, enfrentan nuevas exigencias que pocas veces reciben reconocimiento.
Aunque el 82% se considera independiente y el 81% cree estar tan preparada como cualquier hombre para el ámbito laboral, muchas viven atrapadas en la expectativa de “poder con todo”. El 41% tiene dificultades para concentrarse por sus responsabilidades familiares, el 49% considera que el trabajo no es compatible con la crianza, y el 60% siente que las empresas aún prefieren contratar hombres. Esta tensión constante se refleja en su salud: el 53% ha sido diagnosticada con alguna enfermedad en los últimos tres años y 1 de cada 2 presenta una condición de salud mental. Sin embargo, solo 3 de cada 10 lo habla con alguien cercano, y menos del 18% busca ayuda profesional.
En el espacio doméstico, la desigualdad también persiste. El 14% ha sido víctima de violencia intrafamiliar, el 36% considera que su barrio no es seguro y el 40% ha sufrido acoso fuera del hogar, cifra que sube al 57% entre las más jóvenes. Frente a esta realidad, el reclamo es claro: la justicia empieza por casa y por la educación que damos. A pesar de todo, el optimismo personal no desaparece. El 74% se considera feliz, el 60% cree que su calidad de vida mejorará y 7 de cada 10 ven con esperanza su futuro personal. No ocurre lo mismo con lo público: solo el 13% confía en sus gobernantes y apenas el 8% cree que la justicia es igual para todos. En este escenario, las marcas enfrentan un reto urgente: no basta con hablarle a “la mujer”, se trata de romper estereotipos, visibilizar temas reales como la salud mental, la violencia y la carga invisible, y construir una comunicación empática, diversa y corresponsable. Hoy, ser poderosa no significa rendir en todo, sino tener el derecho de elegir qué cargar y cuándo soltar. Acompañarlas implica estar a la altura de ese cambio.